La pesca ancestral en el Caribe colombiano que le apuesta al cuidado del mar

Por Equipo Hanna | Hace 4 años 2 meses en Noticias | Comentarios

Pescadoras y pescadores de Santa Marta y Cartagena le apuestan a cuidar el medio ambiente a través de la pesca selectiva y la reforestación de manglares.

Entre los manglares, ciénagas, bosques anfibios y ríos que llegan desde la Sierra Nevada de Santa Marta nace un ecosistema habitado por más de cincuenta especies de peces, como bocachico, bagre tigre, agujeta y róbalo. Allí, en el Santuario de Flora y Fauna de la Ciénaga Grande de Santa Marta, también viven especies migratorias que nadan por las aguas del Caribe colombiano; algunas de ellas —como el mero guasa que viaja desde los mangles a aguas más profundas, en donde habitan arrecifes rocosos— están en peligro crítico de extinción. Y una de las causas es la práctica de pesca no selectiva.

Esa es una de las razones por las cuales varias asociaciones de pescadores en Santa Marta y Cartagena comenzaron a impulsar la pesca ancestral: el objetivo es cuidar el medio ambiente. “Nosotros y nuestros ancestros pescábamos siguiendo la luna y las estrellas; por muchos años los luceros nos ayudaron a identificar los bancos de peces y los capturábamos sin tecnología ni mecanismos industriales”, cuenta Clemente Valdelamar, pescador afiliado a Coopsana, cooperativa del corregimiento de Santa Ana, en Barú, Cartagena, que le apuesta a la pesca ancestral. La base de estas técnicas está en respetar los ciclos de reproducción de algunas especies, capturando solo lo necesario y permitido por las autoridades marítimas.

Una de las preocupaciones de las comunidades afrodescendientes asentadas en la zona es proteger el ecosistema de la Reserva Natural de Manglar Cacique, área protegida ubicada en el noreste de Barú. “Nuestros pescadores hacen actividades de siembra de mangle; organizaron un vivero donde ponen las semillas a germinar y, cuando ya están listas, hacen la plantación en aquellas zonas donde se hizo deforestación por el turismo”, dice Lilia Sabina Moreno, integrante de Coopsana, organización que agrupa a treinta hombres pescadores y diez mujeres, quienes también convierten el producto de la pesca en embutidos. Al mes alcanzan a recolectar más de 500 kg de pesca; todo con técnicas ancestrales.

“Tiempo atrás algunos pescadores descubrieron que si lanzaban dinamita al mar, los peces salían a flote. Esto, además de dañar el ecosistema, contamina el pescado”, dice Lilia. Estas prácticas —que han disminuido sustancialmente— tienen en vilo a especies marítimas que son fundamentales para el ecosistema marino.

En Colombia hay 56 especies marinas amenazadas: seis en peligro crítico, siete en peligro y 43 vulnerables, según el Libro rojo de peces marinos, informe publicado en 2017 por el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invermar) junto al Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. La investigación muestra que la principal amenaza para los peces en Colombia es la sobrepesca y el uso de artes no reglamentarias. A estas cifras se suma que hasta esa fecha había diez especies amenazadas de tiburones y seis de rayas.

“El mero guasa y los grandes pargos —que habitan en nuestros arrecifes tropicales— están en peligro de extinción. Estos peces son fundamentales a la hora de establecer controles poblaciones, por ejemplo, contra especies invasoras como el pez león, que no pertenece a nuestras aguas y pone en peligro a las especies que sí son nativas”, explica Gabriel Luna, biólogo marino que trabajó con Coopsana.

Lilia dice que la clave para evitar la sobrepesca está en las herramientas de captura. “El ancho de la red permite que pasen los pequeñitos y queden los grandes. Lo mismo pasa con el grosor del anzuelo; deben ser número siete u ocho. La idea es capturar solamente las especies que están permitidas por tamaño”, agrega. A esto se suma que gracias a los saberes ancestrales, los pescadores logran identificar los ciclos de reproducción. Esto permite dejar en libertad aquellos peces que no cumplen con el tamaño apropiado para ser capturados.

“Hay especies como la cojinova y la anchoveta que viajan desde La Guajira hasta la Ciénaga Grande de Santa Marta para poner sus huevos entre los manglares y el agua de mar. Cuando nacen, regresan muy pequeños y a veces los capturan con chinchorros. Eso es lo que queremos evitar”, dice Lith Elis Paternina, quien, al igual que mujeres como Lilia, busca proteger el ecosistema marino desde su comunidad.

Las pescadoras de Santa Marta

“Decían que la pesca era solo para hombres, pero nosotras también podemos sacar peces del mar”, dice Lith Elis Paternina, quien llegó a Santa Marta huyendo de la guerra. Cuenta que abrirse camino como pescadora no fue fácil, menos en un oficio históricamente ejercido por los hombres. “Nos dijeron que no, que las mujeres no podían pescar ni pertenecer a ninguna asociación, que nosotras estábamos para lavar, cocinar y tener hijos”, rememora.

Pero contrario a lo que decían, este año la Asociación para el Desarrollo Integral de la Mujer (Adimujer) cumple diez años y la conforman 17 pescadoras y ocho pescadores dedicados no solo a cuidar el mar, sino también a promover la educación en sus comunidades. “Decían que los pescadores eran analfabetos, pero nos comprometimos a terminar nuestros estudios. Terminamos la primaria y llegamos hasta la universidad”, dice Lith.

La pesca y la educación también se convirtieron en mecanismos de protección contra la violencia intrafamiliar. “La idea es que la mujer pueda tomar sus propias decisiones y defenderse por sí sola”, agrega.

En el fondo el deseo es también salir adelante, pues además de querer completar sus estudios, las pescadoras crean productos derivados de la pesca —como la butifarra y los chorizos— para aprovechar cada pez capturado. “Aprendimos que para sobrevivir no necesitamos acaparar todas las especies del mar; este es otro problema. Cuando tú arrastras muchas especies, las más pequeñitas no sirven y mueren. Por eso con la producción de embutidos queremos aprovechar lo del día a día para mejorar la calidad de vida del pescador y de su familia”, puntualiza Lith Elis.

La tecnología en la pesca ancestral

Si bien la luna y las estrellas siguen siendo una guía para estos pescadores, la tecnología y las capacitaciones sobre el medio ambiente, les permite hacer una pesca más controlada y eficiente.

“La captura ahora es mucho más rápida gracias a unas ecosondas que nos permiten identificar nuevos bancos de pesca. Además, al día siguiente los pescadores pueden volver a ese punto del mar con unos GPS”, dice Lilia. En 2019 la Corporación Reconciliación Colombia junto a USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) brindó capacitaciones y equipos de pesca a Coopsana. Esto con el fin de promover el arte ancestral y vincular esta práctica al cuidado del medioambiente.

Fuente: El Espectador

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